Gombrowicz, el viajero que odiaba los barcos

FOTOTECA

Uno de los escritores más importantes del siglo XX vivió en Argentina durante décadas.

Hay dos o tres modos de ser extranjero. Uno de ellos se declara turista y se deleita con postales recurrentes. Pero también hay viajeros de sí mismos, que con pánico de aviones o barcos dan la vuelta al mundo con cada pregunta. Irreverencia infantil e inteligencia descarnada. Las obras de Witold Gombrowicz nos hacen ubicarlo en esa segunda parte de la rayuela. Visitante en cualquier sitio que se encontrara y eterno niño a contratiempo. Todo ello a fuerza de imaginarlo también lanzando una carcajada de burla interminable contra semejante afirmación.

“Estos viejos fideos míos”

Nació en Polonia en 1904 y se codeó con el estudio del Derecho y los círculos intelectuales de Varsovia a principios de los años ’20. Sin embargo estaba destinado a interpelar, a ver con humor aquello que otros analizaban con el ceño fruncido. O directamente a poner el dedo y la palabra allí donde muchas veces se prefería pasar de largo. El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo encontró en Argentina. Podía ser también otro sitio. O quizás no, y había nacido para aterrizar en este inmenso diván, bordeado de montañas, ríos y pampa. Aunque venía de una familia noble, durante sus primeros años en Buenos Aires conoció la pobreza. La necesidad lo llevó a trabajar en el Banco Polaco, donde pasó muchas horas escondido de miradas curiosas escribiendo la novela Trans-Atlántico (“Y no transatlántico, porque no alude a un barco”, como explicaría con fruición). En esa obra satirizaba a sus compatriotas emigrados a Buenos Aires. Pero se reía más que nada de sí mismo, en una historia que definió como “parodia de un relato de tiempos antiguos”, desde un género “esclerosado” y “estereotipado”.“¡Bogad, bogad pues hacia vuestra Patria! ¡Hacia vuestra Patria Santa, y maldita, más bien! ¡Bogad hacia ese Monstruo Santo y Oscuro que revienta y revienta desde hace siglos y no puede reventar!”

“…Hombre sin fé ni honra”

En 1951, se conocieron en Polonia fragmentos de Trans-Atlántico a partir de su publicación en una revista de emigrados a Francia. Indignación, escándalo y una notoria falta de humor se dieron de la mano en la representación de lo que se consideró un ultraje a la Nación. Inspirada en clásicos de la literatura polaca, la obra satiriza sobre la vida de los emigrados polacos a Buenos Aires, lo que no fue aceptado en quienes se quedaron del otro lado del mar. Está escrita como una imitación del estilo barroco del siglo XVII llamado “sarmático”. Paradójicamente, ese libro hoy es de lectura obligada y se considera casi un tratado de lucidez patriótica. Las taras colectivas no escatiman fronteras.

Contra las “tías culturales”

Hasta 1963 vivió en Argentina y en paralelo al trabajo con sus libros se ganó la vida como periodista, traductor o profesor de filosofía. Junto a un grupo de amigos con quienes se juntaban en el café Rex tradujeron al castellano Ferdydurke, su primera novela. El desafío incluía la falta de diccionarios y un par de ocurrencias desopilantes.
En 1964 se mudó a Francia y se instaló en Vence, una localidad cercana a Niza. Murió en 1969. Tenía cerca a Rita, su mujer, y el equipaje que construyó a lo largo de toda su vida: “Una valija grande: mis novelas; dos valijas medianas: mi diario y mi teatro, y una valija pequeña: mis cuentos”.

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